Imagínese una región el el este de África, con condiciones climáticas parecidas a las del Sahel. Imagínese que han pasado tres años sin mayores precipitaciones. E imagínese que miles de personas necesitan leña, para poder cocinar los alimentos que llegaban como donaciones.
En esa situación, fui responsable para 8.000 personas, que temporalmente vivían en 23 asentamientos, donde recibían la ayuda (alimentos: maíz, pesacdo secado, aceite, leche en polvo etc.). Normalmente, ellos viven con su ganado, el 80 por ciento de au alimentación consiste en leche y sangre que no requieren de energía para preparararse.
Con el cambio de la alimentación, la demanda de leña creció enormemente, y la deforestación de árboles y arbustos acceleró la desertificación de la región.
Durante varias semanas, me reunía con un especial “consejo de ancianos“. En ese consejo, hubo un o una participante de cada junta local. El gremio se estaba reuniendo semanalmente. Siempre propuse el problema de la leña como tema principal, la pérdida de la madera, y les hice entender que me preocupaba el problema y que necesitábamos una solucion.
Nunca mencioné la posibilidad de reforestar, solo me limité a presentar el problema ensí.
En las reuniones, los hombres están sentados en pequeños bancos (las mujeres en el piso). En la quinta reunión – luego de haber explicado de nuevo el problema – uno de los ancianos propuso la idea de sembrar árboles y arbustos.
Me emocioné tanto, hice un salto que se cayó mi banquito, y elogié tan extraordinaria idea. Al final les dije que en mi casa tenía un libro con indicaciones para la siembra de plantas, y que con mucho gusto les podría ayudar a poner en práctica la idea.
Así nació un vivero regional. Se estableció en una de las comunidades, en la que ya habíamos excavado una fosa. Después de seis meses de haber sembrado las semillas, pudimos pasar las matitas al campo. Cada familia se hizo cargo de 15 – 20 plantas, de regarlas una vez a la semana, hasta que lleguara la lluvia, y de potegerlas contra los animales.
Eso fue en 1982. En Junio del año siguiente, los cooperantes extranjeros nos fuimos, pero en 1985 me di cuenta que el vivero todavía seguía existiendo.
Resumen: El vivero fue visto como un proyecto propio – y no un proyecto „del extranjero“. Estoy seguro que esa fue la clave para su éxito.
[Michael Röhm, Thüngersheim/Allemania]