(Experiencia personal de Ángeles Logon – Bgy. Balokawe, Oras, Eastern Samar, Philippines)
Cuando – en Diciembre 1994 -las noticias anunciaron la llegada del super tifón Ruby, los oficiales y policías locales visitaron las casas diciendo a la gente que se prepararan para una evacuación. Nuestro pueblo está ubicado en la costa pacífica de las Filipinas.
De inmediato, recogí algo de ropa para mí y mis chiquitos. La otra ropa, la dejé sobre una cama, cubierta con una estera de paja. Encima, puso las sillas.
Solo tengo P1,000 en el bolsillo para comprar comida y otras cosas que necesitaríamos en el albergue. Compré arroz, pasta, sardinas, repelente, gaz, candelas, azúcar y café. Un familiar nos llevó al albergue, donde compartimos un lugar pequeño con otras once familias. Entonces llegó el tifón Ruby.
El sonido del viento fuerte era terrible, y el aguacero golpeaba el techo de la escuela donde estábamos. Todos estámos muy asustados, algunas mujeres y niños llorando. Yo rezaba en silencio, llorando y pensando en nuestra casa. Casi todos pasábamos toda la noche despiertos.
Al amanecer, Ruby había pasado, viento y lluvia bajaron. Mi hermano nos vino a recoger con la triste noticia que nuestra casa fue destruida, que el viento se había llevado el techo. Me quedé llorando en un rincón. Dios, ¿qué va a pasar con nosotros? ¿dónde nos quedaríamos? ¿de dónde conseguir dinero para arreglar la casa?
Al terminar la lluvia, todos íbamos de regreso al pueblo. Al ver los restos de nuestra casa, de nuevo empecé a llorar. El techo faltaba completamente, la cocina destruida, y todo estaba mojado y cubierto con barro.
Mis hijos y yo empezamos a recoger los restos de las latas de zinc, y con la ayuda de unos vecinos nos construimos un ranchito para dormir. Una entidad estatal estaba repartiendo ayuda, así que por lo menos tuvimos algo que comer. Unos días después, una ONG, Ceci Concern, llegó y distribuyó materiales para la reconstrucción de las casas destruídas. Recibimos 13 latas para el techo. Sobre la concina, pusimos una carpeta. Con la ayuda de familiares y amigos, poco a poco loramos arreglar la casa y volver a llevar una vida normal. Cada vez que escucho noticias de una tormenta, me pongo muy nerviosa. Siempre le pido a Dios que nunca más tengamos que vivir una experiencia asi.
[Zenaida S, Mique]